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El movimiento estudiantil contra Milei: ¿tiempo de una nueva resistencia?

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¿Un nuevo momento de resistencia?

El movimiento estudiantil emergió potente, combativo. Con desigualdades, lo hizo a lo largo de todo el país. En la noche del jueves, horas antes del feriado, la marea alcanzaba más de 40 universidades nacionales. Contaba decenas de facultades tomadas; deliberaba democráticamente en cientos de asambleas; apelaba a los cortes de calle, los ruidazos y demás formas de protesta. El fin de semana largo, lejos de enfriar ánimos, anuncia nuevas y mayores acciones.

En estas primeras jornadas, un sector de las autoridades avala las protestas. La burocracia académica que unifica radicales, peronistas y otras fuerzas políticas, apuesta a utilizar esa fuerza como parte de una estrategia de presión parlamentaria, concentrada en negociar el Presupuesto 2025. En cierta medida, reeditan la orientación que impulsaron tras la masiva marcha del 23 de abril.

En la génesis de la rebeldía estudiantil operó una decepción: el Congreso fue, otra vez, cueva de ratas. Salvando políticamente a Milei, los roedores destrozaron una ley que frenaba la debacle presupuestaria que permea universidades y salarios de docentes y no docentes. Al hacerlo, despertaron una conclusión provisoria: la salida a los problemas está en la acción directa, no en las instituciones parlamentarias. Lenin escribió hace tiempo que lo espontáneo es lo embrionario de lo consciente [1]. ¿Que nueva conciencia puede alumbrarse en esta rebeldía espontánea?

Milei operó para construir su propia crisis. En la Argentina hay 62 universidades e institutos universitarios estatales, con más de 2 millones de estudiantes inscriptos [2]. Trabajan, también, cerca de 190.000 docentes y de 50.000 no docentes. Traducido a términos poblacionales, esa masa humana equivale a una provincia como Mendoza, quinta en tamaño en el país. Además, el sistema universitario alcanza rincones de todo el territorio nacional; federalizando y extendiendo geográficamente el reclamo.

Para millones de familias de clase media y de clase trabajadora, el ataque mileísta consagra un freno a sus –cada vez más acotadas– aspiraciones de ascenso social [3]. Constituye un ataque al derecho a tener futuro.

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